sábado, 23 de marzo de 2013

Junto a María caminemos hacia la Pascua. Carta Pastoral Semana Santa 2013



A todos los fieles diocesanos

Queridos hermanos en el Señor:

Celebrando aún la elección de nuestro Papa Francisco nos disponemos a vivir intensamente la Semana Santa en este proclamado Año de la Fe, un tiempo de reflexión, de conversión y de renovación. Un año en el que hemos sido invitados a entrar por la 'puerta' de la vida verdadera que es Cristo. Y el primer paso en esa vida es descubrir el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, que viene al mundo y se ofrece en la cruz como precio y rescate a favor de la humanidad.

Este Año de la Fe será fructífero si nos abrimos a la acción  salvífica  del Señor, aceptando su gracia redentora y respondiendo con una actitud de sincera y humilde conversión, pues el Buen Pastor ha muerto por todas sus ovejas para que también nosotros estemos dispuestos a dar nuestra vida por los hermanos.

Este año ha de servir para que todos nos esforcemos en vivir, con auténtico sentido cristiano, el Misterio Pascual. Es decir, celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, para que fortalezca nuestra fe y así, recobrada la alegría y la esperanza, podamos responder a los desafíos que, en tantos ámbitos nos presenta la sociedad actual.

Y para vivir la Semana Santa pienso que en este año nada mejor que seguir la recomendación que se nos hace en la Cara “Porta Fidei” y contemplar a María.
Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38)… Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con Él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4)  (C.AP. 13).

La fe de María sostiene nuestra fe y, como a San Juan, nos invita a acompañarla en la Pasión de su Hijo y a permanecer firmes al pie de la Cruz recibiendo con gozo el mandato de Cristo que nos lleva a venerarla como Madre y con Ella decir: nada sin Dios.
Junto a María viviremos con fe el Triduo Pascual, atravesando el pórtico del Jueves Santo, celebrando la Santa Misa in Coena Dominis, donde haremos memoria de lo que sucedió en el Cenáculo de Jerusalén aquella noche del Jueves Santo.
Atravesado el pórtico, celebraremos los oficios sagrados del Triduo Pascual. Y para ello, hemos de ponernos en espíritu de oración y de fe, recogernos espiritualmente, abrir bien el corazón y orar en unión con María,  como Madre de la Iglesia y espejo donde todos debemos encontrar la imagen del verdadero seguimiento del Señor. Para celebrar más intensamente esos misterios os invito a escuchar y aplicar a vuestra vida personal las últimas palabras de Jesús, el testamento que nos dejó el Señor para ayudarnos a recorrer bien el camino de la vida y trabajar por devolver a la historia el rostro de la nueva humanidad, nacida en el Misterio Pascual.

Os animo a adorar la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, pues es a sus pies donde entendemos bien las palabras por Él pronunciadas en su vida terrena: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Cristo efectivamente, dio su vida, pues nadie podía privarlo de ella en contra de su voluntad. «Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente» (Jn 10,18). Un hombre no puede mostrar mayor amor por sus amigos que dando la vida por ellos. Y no sólo por sus amigos, sino también por sus enemigos, los pecadores, para hacerlos –hacernos­- sus hermanos y co-herederos y conjuntamente poseedores con Él de la alegría eterna en el Reino de los Cielos.

Acudamos con María, figura de la Iglesia, al Calvario para ser testigos de cómo Jesús muere en la serenidad de una fe que consuma su destino, respirando oración y confianza. La última palabra que el mundo escucha de sus labios moribundos antes de morir será... PADRE... ABBA... PAPA. Enseñándonos que morir –para el cristiano-  es acurrucarse con Cristo Jesús en el regazo de Dios. Morir es caer blandamente en las manos del Padre. Porque el cielo es eso: los brazos del Padre. Nuestro cielo es sentir su Paternidad: “Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu”. Y expiró desplomándose todo su cuerpo llagado. Cinco llagas. Cinco fuentes de vida y de Gracia.

Como afirmaba Su Santidad, nuestro recordado Obispo emérito de Roma, Benedicto XVI, en la Carta Spe Salvi:
“En el momento extremo, Jesús deja que su corazón exprese el dolor, pero deja emerger, al mismo tiempo, el sentido de la presencia del Padre y el consenso a su designio de salvación de la humanidad. También nosotros nos encontramos siempre y nuevamente ante el «hoy» del sufrimiento, del silencio de Dios —lo expresamos muchas veces en nuestra oración—, pero nos encontramos también ante el «hoy» de la Resurrección, de la respuesta de Dios que tomó sobre sí nuestros sufrimientos, para cargarlos juntamente con nosotros y darnos la firme esperanza de que serán vencidos (cf. Carta enc. Spe salvi, 35-40).

Vivamos junto a María nuestra participación en el Misterio Pascual que se da a través de la celebración litúrgica del Triduo Santo, referente ineludible de la vida cristiana, y llevemos allí los dolores y alegrías de nuestra vida, de la Iglesia y del mundo; renovemos nuestros compromisos bautismales, y compartamos la victoria de Cristo Resucitado en la Eucaristía.

Y sobre todo no olvidemos que la Vigilia Pascual es el momento álgido, el momento más significativo de nuestra vida de fe, es el centro de la iniciación cristiana, la noche de Pascua es la noche de nuestra salvación.

Preparémonos para escuchar la Buena Noticia que resonará como himno de victoria: ¡Cristo ha resucitado¡ La muerte y el mal no tienen la última palabra, sino la Verdad y el Bien, Dios mismo. Dispongámonos a entrar en este tiempo de alegría y de fiesta.

Pidámosle a la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la primera, según piadosa tradición, en ver a su Hijo resucitado, que por su poderosa intercesión nos conceda la gracia de experimentar en la propia vida la resurrección gloriosa de Cristo, que es también la nuestra. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

+ José Mazuelos Pérez
Obispo Asidonia jerez